Al cumplirse 10 años de la edición del quíntuple “El Salmón”, Andrés Calamaro liberó a través de la web camisetasparatodos.com un nuevo disco virtual con 18 tracks inéditos.
Los siguientes párrafos deben ser leídos en intuitivo (des)orden.
Maratónico. Eso es (acá el verbo no se puede usar en pretérito perfecto: estamos ante un disco particularmente vivo (y no en): el (me pongo de pie) Salmón (llamo al puntero y me siento). Y, cada día más, parece un disco preparado para una época del mundo que todavía no existe toda junta en un mismo lugar… una obra frankestein con seis dedos… un disco osado y maniático que sigue en su eterno retorno, río arriba y a contramano.
Entre sus escamas se puede hallar música que podría ayudar a dormir a una niña de tres años y medio (la delicadísima versión al natural de “Plegaria para un niño dormido”, momento glorioso, interpretación pura, teclados suaves y dóciles, armónica sutil, elevado solo de guitarra en segundo plano) o pondrían a bailar a unos quinceañeros punkies (divertidísima, enérgica y guitarrera versión de “11 y 6″ (”y en el baño de un bar/ sellaron todo con un saqueee”). O la mirada sobre “Before they make me run”, la canción de Keith R. sobre sus persecuciones policiales circa Some girls, en una versión que se inicia con un fade in desde el no comienzo y se corta abruptamente para dar paso a una canción que no se podría pasar en la radio ni siquiera en FM Transilvania… la satánica “Demolition time”… por dios… una imagen grotesca que si calamaro la toca (en) vivo se largan a llorar todas esas chicas lindas… y las mayorcitas directamente huyen espantadas…. De ahí al hitazo de este cardumen de “canciones”: aparece el color whiskylino de la voz de Tom Waitts encarnado en “Devuélvanme mi nariz”, canzonetta que aparenta ser compuesta en la década del ´50 pero está tocada con instrumentos que suenan a laboratorio casero ´00… se luce la agilidad de un bajo que dibuja acompañando un ritmo robótico al que se impregnan los lamentos de un hombre que se da cuenta que hizo, otra vez, todo mal: “me ignora mi novia/ conoce la historia/ si me deja empezar la pongo a escuchar cualquier canción/ y después a comprar carilinas / bajón… y la cagué (…) y se enojó (…) la cagué yo”.
18 tracks azarosamente elegidos entre se dice quinientos, se dice mil, se dice infinitos tracks. Poco después de nacer fueron separados y repartidos entre gañanes. Diez años después fueron reunidos para darle vida al sexto dedo del disco frankestein de Calamaro.
También tenemos “La Sabol”: un eurohimno al insomnio (”¿porqué bardear la calidad?/ cosa de dignidad / y poder comer / y poder dormir”) momento matizado con unas arcadas asquerosas que trasmiten el entusiasmo animal del sabroso sabor del sinsabor. O “Los animales”: una cumbia dark minimalista con aires criollitos y clima distendido.
También hay partes densas y tenebrosas, que no son para cualquiera: los tracks bautizados “Demolition time” (teclados estrepitosos, taquicardia y ganas de agarrar la cocina con el bate), “Duelo de gañanes” (riff blacksabbatoso, ritmos eléctricos, voz procesada cual diabólica intervención), “El blues de Don José” (voces al borde del eructo sónico), “Iggy pop” (tiene unas guitarras parecidas a las de “Lust for life” pero nada más, parece el chasis incendiado de una canción chocada) o “Moquete moqueador” (pseudo jazztanik con bandoneones porteños y guitarras esquizo). Se trata de estados febriles hechos música… y que por momentos, ante los alaridos, uno se da cuenta porque los vecinos se quejaban de la maraña de sonidos emitidos desde la profundidad camboyana.
Otro grupo de canciones se enmarca en los homenajes de madrugada: ya fueron mencionados “11 y 6″ (que parece más “21 y 16″), “Before they make me run” y “Plegaria…”; habría que sumar una cálida versión de “It´s all too much” (con aires folk arrabaleros), “Obla di obla da cha cha cha” (a confesión de partes relevo de pruebas) y la Triple versión de “Sporting life” de Eric Clapton que presenta una entonación de voz particular, antigua… incluso parecería atravesada por un tamiz para hacerla parecer más rústica; hay aquí unos pianos y una guitarra que solean en segundo plano y una armónica muy ajustada, muy correcta.
La despedida de esta selección azarosa disponible (a costo 0) desde la semana pasada en internet empieza con un rock ’60s cantado por el Cuino Scornik (”Patrón de mil mates”), donde se propone una letra de terror ficción en carne viva: “Soy dueño del sueño que no tengo/ tengo pesadillas despierto”. Y poco después aparece “Subversivo”, momento de altas pulsaciones, voz carrasposa, teclados modernos, baterías de sonido muy eléctrico (tal vez la única constante musical más o menos firme de todo el Salmón) y la sensación de que la canción podría haber sido compuesta en un departamento oscuro londinense en 2008… tal vez un paso adelante del músico que por estos días esta dando su primer concierto en la capital del imperio pirata.
El Salmón aún es capaz de sorprender en cualquier momento; apariciones como esta (y aquella (no, esta no, ésta)) invitan a pensar que estamos ante un concepto todavía en proceso de elaboración… y ninguna de estas canciones podrían haber formado parte de cualquiera de los seis discos posteriores firmados por A.C. (a excepción de esa vasta caja recopilatoria bautizada Obras incompletas).
Lo que sí: no sorprende… es más bien como la llegada de ese primo marplatense que no vemos y que cuando aparece siempre sorprende por a) seguir entero y b) tener la capacidad de estar cada vez peor. Está hecho mierda, huele mal, pero se lo quiere, forma parte de la vida propia. Y las cosas que en aquel casi tacuarentawn eran caos hoy aparentan cierto equilibrado que tal vez no sea más que hemos naturalizado la ingesta de esta clase de alimentos ricos en residuos tóxicos y musicalmente pesados. O capaz que fue muy influyente y después se grabaron muchos discos parecidos, en casas o departamentos, y repartidos gratis por la internet. Parece que no sólo esos cantantes a medio camino entre el rock y pop para las fms hicieron siguieron con atención la obra de calamaro para tenerla como referencia arquitectónica de hits prefabricados. Seguramente algunos indies pampas también siguieron el ejemplo de la soledad contracorriente a 220.
Y da la sensación de que en estos dieciocho momentos (porque el Salmón no es un disco, sino más bien una película, y cada track un fotograma) forman parte de lo que bien podría ser el disco más largo de la historia, una obra eterna e inagotable donde trabajan albañiles paraguayos y bolivianos (algunos con frondoso prontuario y/o huidos de la ley y/ con problemas de documentación)… en consecuencia, de nada sirve intentar comentar algo que todavía no pasó, no terminó, o que en cualquier momento (des)aparece…
El único análisis que resisten estas gemas (algunas preciosas, otras que nunca se pulieron, otras que no son más que oro para tontos) recientemente aparecidas (que se suman a las ciento seis originales) es meramente formal: son dieciocho testimonios de las consecuencias de exponerse a una nube tóxica en un ambiente oscuro y húmedo; y allí podemos ver al cantautor popular argentino más constante (y camaleónico) de los últimos treinta años regresando desde la comodidad del primer mundo a su patria en el momento en que todas las ratas parecen huir del barco porque está subiendo el agua. Y ese gesto, tal vez más inconsciente que valiente, está acompañado de otra vuelta en u, un momento artístico que se podría graficar con una persecución automovilística al amanecer, en un coche robado y chocado que circula velozmente a contramano mientras esquiva colectivos porteños, vecinos escandalizados, porteros vigilantes y las expectativas de eso que se llamaba industria discográfica (disculpen el arcaísmo) llamando a la policía para que haga algo. Luego del choque inevitable a la altura de plaza de Mayo A.K. aparece ante las cámaras para darle forma a un histórico momento (me pongo de pie): “situación de estupefacientes, fútbol y sala de ensayos” (me tomo un rivotril). Así se generó una demostración de locura extraordinaria como la presente, donde se puede ver que Calamaro está más allá de todo. Puede hacer un viaje en el tiempo gozando de la impunidad legal y de los servicios aduladores de los críticos criticones. Y, es innegable: El Salmón fue el disco que mejor dibujó el estado de ánimo argento pre y post crisis 2001. El espíritu errante de ese manojo de canciones atorrantas, viciosas, viscosas, tenebrosas… puff, hacen recordar a un helicóptero huyendo de la Casa Rosada. El abismo político económico social para todos. (Entrañas de salmón ahumado…
Descargar “Salmón X”, el inédito de Andrés
Fuente: rock.com.ar
Los siguientes párrafos deben ser leídos en intuitivo (des)orden.
Maratónico. Eso es (acá el verbo no se puede usar en pretérito perfecto: estamos ante un disco particularmente vivo (y no en): el (me pongo de pie) Salmón (llamo al puntero y me siento). Y, cada día más, parece un disco preparado para una época del mundo que todavía no existe toda junta en un mismo lugar… una obra frankestein con seis dedos… un disco osado y maniático que sigue en su eterno retorno, río arriba y a contramano.
Entre sus escamas se puede hallar música que podría ayudar a dormir a una niña de tres años y medio (la delicadísima versión al natural de “Plegaria para un niño dormido”, momento glorioso, interpretación pura, teclados suaves y dóciles, armónica sutil, elevado solo de guitarra en segundo plano) o pondrían a bailar a unos quinceañeros punkies (divertidísima, enérgica y guitarrera versión de “11 y 6″ (”y en el baño de un bar/ sellaron todo con un saqueee”). O la mirada sobre “Before they make me run”, la canción de Keith R. sobre sus persecuciones policiales circa Some girls, en una versión que se inicia con un fade in desde el no comienzo y se corta abruptamente para dar paso a una canción que no se podría pasar en la radio ni siquiera en FM Transilvania… la satánica “Demolition time”… por dios… una imagen grotesca que si calamaro la toca (en) vivo se largan a llorar todas esas chicas lindas… y las mayorcitas directamente huyen espantadas…. De ahí al hitazo de este cardumen de “canciones”: aparece el color whiskylino de la voz de Tom Waitts encarnado en “Devuélvanme mi nariz”, canzonetta que aparenta ser compuesta en la década del ´50 pero está tocada con instrumentos que suenan a laboratorio casero ´00… se luce la agilidad de un bajo que dibuja acompañando un ritmo robótico al que se impregnan los lamentos de un hombre que se da cuenta que hizo, otra vez, todo mal: “me ignora mi novia/ conoce la historia/ si me deja empezar la pongo a escuchar cualquier canción/ y después a comprar carilinas / bajón… y la cagué (…) y se enojó (…) la cagué yo”.
18 tracks azarosamente elegidos entre se dice quinientos, se dice mil, se dice infinitos tracks. Poco después de nacer fueron separados y repartidos entre gañanes. Diez años después fueron reunidos para darle vida al sexto dedo del disco frankestein de Calamaro.
También tenemos “La Sabol”: un eurohimno al insomnio (”¿porqué bardear la calidad?/ cosa de dignidad / y poder comer / y poder dormir”) momento matizado con unas arcadas asquerosas que trasmiten el entusiasmo animal del sabroso sabor del sinsabor. O “Los animales”: una cumbia dark minimalista con aires criollitos y clima distendido.
También hay partes densas y tenebrosas, que no son para cualquiera: los tracks bautizados “Demolition time” (teclados estrepitosos, taquicardia y ganas de agarrar la cocina con el bate), “Duelo de gañanes” (riff blacksabbatoso, ritmos eléctricos, voz procesada cual diabólica intervención), “El blues de Don José” (voces al borde del eructo sónico), “Iggy pop” (tiene unas guitarras parecidas a las de “Lust for life” pero nada más, parece el chasis incendiado de una canción chocada) o “Moquete moqueador” (pseudo jazztanik con bandoneones porteños y guitarras esquizo). Se trata de estados febriles hechos música… y que por momentos, ante los alaridos, uno se da cuenta porque los vecinos se quejaban de la maraña de sonidos emitidos desde la profundidad camboyana.
Otro grupo de canciones se enmarca en los homenajes de madrugada: ya fueron mencionados “11 y 6″ (que parece más “21 y 16″), “Before they make me run” y “Plegaria…”; habría que sumar una cálida versión de “It´s all too much” (con aires folk arrabaleros), “Obla di obla da cha cha cha” (a confesión de partes relevo de pruebas) y la Triple versión de “Sporting life” de Eric Clapton que presenta una entonación de voz particular, antigua… incluso parecería atravesada por un tamiz para hacerla parecer más rústica; hay aquí unos pianos y una guitarra que solean en segundo plano y una armónica muy ajustada, muy correcta.
La despedida de esta selección azarosa disponible (a costo 0) desde la semana pasada en internet empieza con un rock ’60s cantado por el Cuino Scornik (”Patrón de mil mates”), donde se propone una letra de terror ficción en carne viva: “Soy dueño del sueño que no tengo/ tengo pesadillas despierto”. Y poco después aparece “Subversivo”, momento de altas pulsaciones, voz carrasposa, teclados modernos, baterías de sonido muy eléctrico (tal vez la única constante musical más o menos firme de todo el Salmón) y la sensación de que la canción podría haber sido compuesta en un departamento oscuro londinense en 2008… tal vez un paso adelante del músico que por estos días esta dando su primer concierto en la capital del imperio pirata.
El Salmón aún es capaz de sorprender en cualquier momento; apariciones como esta (y aquella (no, esta no, ésta)) invitan a pensar que estamos ante un concepto todavía en proceso de elaboración… y ninguna de estas canciones podrían haber formado parte de cualquiera de los seis discos posteriores firmados por A.C. (a excepción de esa vasta caja recopilatoria bautizada Obras incompletas).
Lo que sí: no sorprende… es más bien como la llegada de ese primo marplatense que no vemos y que cuando aparece siempre sorprende por a) seguir entero y b) tener la capacidad de estar cada vez peor. Está hecho mierda, huele mal, pero se lo quiere, forma parte de la vida propia. Y las cosas que en aquel casi tacuarentawn eran caos hoy aparentan cierto equilibrado que tal vez no sea más que hemos naturalizado la ingesta de esta clase de alimentos ricos en residuos tóxicos y musicalmente pesados. O capaz que fue muy influyente y después se grabaron muchos discos parecidos, en casas o departamentos, y repartidos gratis por la internet. Parece que no sólo esos cantantes a medio camino entre el rock y pop para las fms hicieron siguieron con atención la obra de calamaro para tenerla como referencia arquitectónica de hits prefabricados. Seguramente algunos indies pampas también siguieron el ejemplo de la soledad contracorriente a 220.
Y da la sensación de que en estos dieciocho momentos (porque el Salmón no es un disco, sino más bien una película, y cada track un fotograma) forman parte de lo que bien podría ser el disco más largo de la historia, una obra eterna e inagotable donde trabajan albañiles paraguayos y bolivianos (algunos con frondoso prontuario y/o huidos de la ley y/ con problemas de documentación)… en consecuencia, de nada sirve intentar comentar algo que todavía no pasó, no terminó, o que en cualquier momento (des)aparece…
El único análisis que resisten estas gemas (algunas preciosas, otras que nunca se pulieron, otras que no son más que oro para tontos) recientemente aparecidas (que se suman a las ciento seis originales) es meramente formal: son dieciocho testimonios de las consecuencias de exponerse a una nube tóxica en un ambiente oscuro y húmedo; y allí podemos ver al cantautor popular argentino más constante (y camaleónico) de los últimos treinta años regresando desde la comodidad del primer mundo a su patria en el momento en que todas las ratas parecen huir del barco porque está subiendo el agua. Y ese gesto, tal vez más inconsciente que valiente, está acompañado de otra vuelta en u, un momento artístico que se podría graficar con una persecución automovilística al amanecer, en un coche robado y chocado que circula velozmente a contramano mientras esquiva colectivos porteños, vecinos escandalizados, porteros vigilantes y las expectativas de eso que se llamaba industria discográfica (disculpen el arcaísmo) llamando a la policía para que haga algo. Luego del choque inevitable a la altura de plaza de Mayo A.K. aparece ante las cámaras para darle forma a un histórico momento (me pongo de pie): “situación de estupefacientes, fútbol y sala de ensayos” (me tomo un rivotril). Así se generó una demostración de locura extraordinaria como la presente, donde se puede ver que Calamaro está más allá de todo. Puede hacer un viaje en el tiempo gozando de la impunidad legal y de los servicios aduladores de los críticos criticones. Y, es innegable: El Salmón fue el disco que mejor dibujó el estado de ánimo argento pre y post crisis 2001. El espíritu errante de ese manojo de canciones atorrantas, viciosas, viscosas, tenebrosas… puff, hacen recordar a un helicóptero huyendo de la Casa Rosada. El abismo político económico social para todos. (Entrañas de salmón ahumado…
Descargar “Salmón X”, el inédito de Andrés
Fuente: rock.com.ar